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El espejo africano, obra realista, comprometida con el valor irrenunciable de la libertad, depara al lector emociones intensas y profundas reflexiones.

 Si tuviéramos que hacer una lista de objetos fantasmales, rebeldes, incontrolables, los espejos ocuparían el primer lugar. Liliana Bodoc, El espejo africano. Hoy, al cabo de tantos y perplejos / años de errar bajo la varia luna, / me pregunto qué azar de la fortuna / hizo que yo temiera los espejos. Jorge Luis Borges, “Los espejos”, en El hacedor (fragmento).



El espejo africano, obra realista, comprometida con el valor irrenunciable de la libertad, depara al lector emociones intensas y profundas reflexiones. Nos habla de la supremacía de unas personas sobre otras, de la crueldad de ciertos sistemas de poder y de la lucha de muchos para ser libres y para lograr un espacio en una sociedad más justa. Esta obra se enmarca en el subgénero de la novela histórica porque los hechos ficticios narrados son verosímiles y reelaboran literariamente una época concreta y reconocible del pasado. Las alusiones al extratexto histórico y social de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX recrean las costumbres y valores coloniales durante los tiempos del Virreinato: • el mundo de los esclavos, la horrorosa condición de sometimiento y deshumanización; • el mundo de los amos blancos, poseedores de los bienes materiales y de las vidas de sus esclavos, a los que no consideraban personas; • la campaña libertadora encabezada por el general San Martín; • la vida en el campamento militar en Mendoza. El tiempo y el espacio en la organización de la ficción La novela está organizada en nueve capítulos, y la trama abarca un tiempo histórico que parte en 1779 en África y finaliza en 1822 en Mendoza. Los hechos no siguen un orden cronológico, hay saltos en el tiempo que permiten enlazar destinos y asistir al recorrido zigzagueante que lleva al espejo de un continente a otro y de un personaje a otro, desde que es tallado por Imaoma hasta que Atima Silencio lo recupera. En cada capítulo hay un epígrafe que orienta al lector en el tiempo y en el espacio. Siete comentarios, a manera de marcos, aparecen intercalados entre los capítulos, y permiten conocer referencias metaficcionales, aspectos no narrados, anticipaciones o impresiones sobre los objetos, los personajes, las circunstancias. El espejo africano nos lleva a recorrer territorios de la memoria colectiva y a reflexionar sobre la esclavitud, la deshumanización, la muerte, la libertad y la búsqueda de la identidad. La literatura sublima o metaforiza la dureza de algunos de estos temas y los hace accesibles a través de la belleza, confiriéndoles magia a las palabras y a los objetos. Los espejos en los que la literatura se mira y se duplica en el mundo Ninguna lista de los objetos más habituales en el mundo literario podría omitir al espejo. Representa más que un simple objeto: es otro mundo. Los espejos reflejan, ocultan, mienten, deforman, confiesan, permiten ser atravesados hacia otras dimensiones. Inagotable sería la lista de escritores en cuyos textos el espejo ejerce una poderosa influencia: H. P. Lovecraft, Virginia Woolf, Isaac B. Singer, G. K. Chesterton, Jorge Luis Borges, E. A. Poe, Adolfo Bioy Casares, Giovanni Papini, Jean de La Fontaine, Lewis Carroll, Charles Perrault, Roberto Bolaño, Ovidio, Miguel Ángel Asturias… Su reflejo es una constante en las obras de ficción y sus personajes sucumben a la obsesión por ver su verdadero rostro, penetran a mundos paralelos, ven seres u objetos que la realidad no muestra. De Oriente a Occidente, de la antigüedad a la modernidad, la literatura recrea espejos capaces de desencadenar los acontecimientos más inesperados. La obra que nos ocupa es la historia de un espejo africano que, además de ser el hilo conductor, es parte activa en el desarrollo de los acontecimientos: un espejo que, reflejando a aquellos que lo poseen, se carga de sus personalidades y de sus conflictos. Lleva a los personajes a mirarse a sí mismos en el revés de las cosas, para encontrarse con su verdadera identidad. Pasa por distintas manos uniendo historias, y llevando a sus portadores a encontrar la forma de liberarse de las ataduras que los aprisionan. Comienza con una niña atrapada en una red de trata, hacinada en un barco negrero y vendida en un mercado. El espejo es lo único que la pequeña de tres años puede llevar en ese largo viaje, un símbolo que la ata a su nombre y a las sonoridades de su tierra. La vida lleva y trae ese espejo hasta que llega a las manos de San Martín cuando este se dispone a cruzar Los Andes. Pero ¿qué hace un espejo africano en la lista de donaciones para la causa libertadora? Las cosas hablan por sí mismas: ponchos, mantas, objetos de oro y plata y, en medio, un espejo enmarcado en ébano, una señal discreta pero elocuente del componente africano. Más tarde el espejo aparece en España convertido en antigüedad. Una pieza exótica. De la misma manera, la cultura africana, como muchas otras que el poder eurocéntrico colocó en la periferia, ha sido considerada una pieza de museo, una mera reminiscencia del pasado, olvidando que está viva y que forma parte de la actualidad. Los personajes buscan la libertad y la identidad Silencio. Cuando compraron a Atima Imaoma le pusieron Silencio, nombre que lleva en sí mismo la obliteración de su historia y de su humanidad. Su nombre africano es borrado por el desarraigo y la reimplantación en una cultura distinta. La inscribieron como Silencio en la lista de pertrechos y mercancías, porque en esos años los esclavos no eran considerados personas1 . Junto a su amita Raquel, Silencio busca el nombre perdido en los rincones de la 1 En nuestro país la libertad de vientres, por la cual los hijos de esclavas nacían libres, fue decretada el 31 de enero de 1813 por la Asamblea del Año XIII, pero la abolición de la esclavitud recién fue dispuesta en el artículo 15 de la Constitución de la Confederación Argentina de 1853. Sin embargo, en la provincia de Buenos Aires (que en ese tiempo incluía a la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires) recién fue instrumentada en 1861. memoria. Lo descubre en la imagen invertida en el espejo, ya que “en el revés de las cosas suele estar la verdad”. Al reflejarse la pizarra en la que Raquel le enseñaba las letras, la frase “Amo a mi amita” la convierte en Atima Imaoma… y el sonido de los tambores vuelve a su memoria. Atima Silencio. Hereda de su madre el espejo. Ella, también, percibe el tam, tam de los tambores. El ritmo conecta el cuerpo y el alma en una sola vibración. Es el llamado de sus raíces que la impulsan a buscar la libertad. Pero no tiene en cuenta el peligro y huye. Como esclava liberta, permanece en los márgenes de la sociedad. El hambre y la intemperie la arrastrarán a la hacienda de la que se fugó, para suplicar que la acepten nuevamente. Ya no tiene su espejo, se lo ha donado al general San Martín. Dorel. Es un joven que vive en España y está sometido a una dominación que se parece a la esclavitud. No conoce a su familia, es huérfano y desde pequeño trabaja para María Petra, una anticuaria. El niño crece acorralado por los miedos que ella le inculca para tenerlo encerrado en el ámbito de la casa-negocio. Pero un impulso vital se despierta en él cuando el espejo africano llega a sus manos. Tam... Tam, tam... suena su corazón. Envuelto en dudas y temores, Dorel corre en busca de su libertad. Raquel. Establece de pequeña lazos inolvidables con Atima Imaoma, pero pasan muchos años antes de que pueda cumplir su promesa de ir a buscarla a Mendoza. Toma la decisión cuando Dorel le entrega el espejo africano. Pero para Atima Imaoma es tarde. No lo es para Atima Silencio, que recupera su espejo y acepta ser la doncella de Raquel. La relación sigue siendo asimétrica, pero esta oferta abre un espacio de vida que la aleja de la esclavitud. SÍNTESIS ARGUMENTAL En África, Imaoma talla en ébano un espejo para su esposa Atima, que lo entrega a su hija antes de ser secuestrada por cazadores de esclavos. A partir de allí el espejo inicia un recorrido que va de África a América (Buenos Aires, Mendoza), transportado por Atima Imaoma. Después de su muerte, su hija Atima Silencio se lo dona al general San Martín para la causa libertadora. Como salvoconducto el espejo llega a Chile, donde un mensajero lo pierde junto con su propia vida, a manos de los realistas. Desde allí el espejo viaja a Valencia (España), como parte de las pertenencias de un sargento ibérico. Su hijo se lo vende a un joven huérfano, Dorel, que trabaja como dependiente de una anticuaria. Años después, en Madrid, ya convertido en un gran violinista, Dorel se lo entrega a Raquel, quien regresa a América para devolvérselo a su dueña.


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